lunes, 11 de julio de 2011

Una presencia real

              Ocurrió en los ochenta...

    Leyendo un artículo de Zenaida Bacardi de Argamasilla, me encuentro con una frase que subscribo en toda su amplitud: “los niños no son algo molesto y majadero... son  material de crecimiento y la verdadera alegría de la vida. María, con poco más de tres años, se encarga de confirmarlo periódicamente,  pues es un claro exponente de vitalidad, crecimiento y júbilo. Incluso con sus travesuras logra poner una carcajada en mi pensamiento y una sonrisa disimulada en mi rostro. La semana pasada le comenté que necesitaba descansar unos minutos tumbado en el sofá porque estaba agotado y alcanzamos de manera rápida un acuerdo por el cual ella no tendría que hacer demasiado ruido y yo, a cambio,  la llevaría a tomar un helado, - no te preocupes Papito, me portaré bien. Metido como si flotase en ese trance crepuscular donde el cuerpo está medio dormido, medio despierto, escucho el martillear constante ocasionado por el apresurado caminar de mi compañera de pacto, calzada con los tacones de Mamá y pidiéndole a ésta a todo grito que no hiciera ruido para no despertarme.

Se nos está haciendo toda una mujer. Llegar a casa después de una dura jornada de trabajo y encontrar siempre el abrazo asfixiante de la pequeña, es algo que no tiene precio y que me hace retrotraer en el tiempo para conmemorar aquella siempre desesperada espera por la guagua que traía a mi padre de vuelta a casa.

 Siempre se mostró reticente a la hora de sacar el carné de conducir. Decía que para algo estaba el transporte público. Era un hombre poco común, con un nombre, Orlando, poco común y yo un niño de doce años, que antes de salir a jugar a la pelota con los amigos, prefería esperar por “el viejo”, algo no demasiado común.

Desde la terraza podía divisar varios kilómetros de la carretera por donde, día tras día, cuando el reloj se acercaba a las seis y media de la tarde, tendría que llegar la guagua. Trabajaba a casi una hora de casa, en un hotel del Puerto de La Cruz y el cansancio del traslado nunca fue óbice para ser participativo en las labores de la casa. Manejaba a la perfección la carpintería; como albañil no tenía nada que envidiar a nadie; en la cocina un auténtico cheff; se empeñó en comprar una máquina de coser que terminó utilizando más y mejor que mi propia madre; no recuerdo haber visto en casa a un electricista porque ya se encargaba él. Mis regalos de cumpleaños y Reyes más apreciados eran carretillas, camiones, coches y otras muchas cosas de la “factoría de sus manos”. Hablando de manos, recordar como anécdota que un buen día se puso en las de las mujeres de la casa y tras un largo proceso de convencimiento, lograron teñirle el pelo. Lo anecdótico estuvo al día siguiente cuando despertó; más hinchado que un balón de playa, con los pómulos y las cejas con una inflamación tal que llegaba a ocultar sus ojos… Camino del médico ponía como disculpa a quién le preguntaba que había sido cosa de los mosquitos; ya en consulta no le quedó otro remedio que contar la verdad.

Cuando mi madre le pasaba cumplida información sobre mi mal comportamiento, le decía en voz baja que lo menos que le apetecía, después de haber estado todo un día por fuera, era tener que regañarme y que ella gozaba de toda la autoridad para hacerlo, sin embargo, siempre buscaba un momento de charla efectiva para hacerme comprender que con mi colaboración todo sería más fácil en casa.

Nos dejó pronto, con sólo sesenta y un años. Asumiendo que hay casos mucho peores y de justificación casi imposible, tampoco resulta fácil entender su precipitada marcha; como consuelo, si cabe, puedo admitir que una persona de tal valía, también era necesaria en otras latitudes… bien podría ser la Divina.


No pudo terminarlo

A él le debo la edición de este blog. Quien me lea puede pensar que son palabras para quedar bien y que es imposible porque en la década de los ochenta, ni existían los blogs ni Internet estaba al alcance de todos. Me entenderían mejor si con anterioridad, cuando hacía acopio de las habilidades de mi padre,  hubiese explicado que entre todas,  destacaba su afición a la pintura al óleo. Al margen de muchos valores como persona, su mejor legado son sus cuadros y cada vez que los observo, experimento que su presencia,  más que sentida, es real; por tanto y parafraseando a quién dijo que cuando se copia hay que copiar sólo lo que vale la pena, intento que este blog sea un buen legado para mi hija y seres queridos cuando ya no esté.

No hay comentarios:

Publicar un comentario