miércoles, 27 de julio de 2011

Marcas para siempre


                
                          Ocurrió en 1978

   Como casi todo, al final también resulta ser un negocio. Leo en la prensa que el Real Madrid CF se convierte en la enseña de más valor en España y ya es la marca de mayor valor económico entre los clubes de fútbol de todo el planeta.


   Diferentes agencias especializadas valoran a la marca blanca por encima de los mil cien millones de euros. Atrás quedaron los tiempos en los que la recaudación de las taquillas era la principal fuente de ingresos de los equipos. Actualmente los operadores televisivos, publicidad y merchandising son el verdadero pilar económico en el que se sustentan las entidades deportivas de elite. ¿Hablan estos datos de un saneamiento financiero en los clubes más poderosos? De ser así ¿Por qué escuchamos tantas veces hablar de su deuda millonaria? No lo sé; probablemente ocurra en las instituciones lo mismo que en las personas físicas y que en realidad la solvencia se mida en función de la capacidad de endeudamiento que tengamos. Siempre que hablo de deudas, me viene a la cabeza una frase de no recuerdo que autor; dice así: Si le debes diez millones al banco, tienes un problema; si le debes mil millones, quien tiene el problema es el banco. Por lo que a mi respecta, todos estos asuntos no me preocupan. No soy de los que entran en debates improductivos sobre si es una frivolidad pagar decenas de millones de euros por un jugador, sobre si es ético o no hacerlo estando anegados por la crisis económica más profunda que se pueda recordar… al fin y al cabo quién de nosotros no peca de vez en cuando de algún exceso. Soy “mileurista” y no hay mes en el que no salga a cenar fuera con la familia, vaya al cine, salga de fiesta, etc. Sin obviar que frecuento cafeterías a diario para saciar mi “adicción” a la cafeína. Luego, si aplicamos la ley de la proporcionalidad, posiblemente yo derroche tanto o más que estos clubes multimillonarios. Prefiero pues, quedarme con el deporte puro, con las simpatías, con los sentimientos. Simpatías con el Real Madrid por cuestiones tradicionales y sentimentales con “El Tete”.


Tenía ocho años y aquella iba a ser mi primera visita al Heliodoro Rodríguez López para ver al Tenerife. Los días previos los viví con una ilusión que mis amigos del cole ni compartían ni entendían. Todos eran del Barça, del Madrid y alguno que otro del Bilbao o de la Real Sociedad. Por aquel entonces sólo Radio Club Tenerife radiaba los encuentros, (cuando jugaba como local) y en el ámbito televisivo, teníamos que esperar al Telecanarias del lunes para poder ver  minuto y medio de resumen del partido jugado el día anterior. Si a esto añadimos que nuestro representativo estaba en segunda división B, era más que comprensible la nula expectación  que despertaban sus partidos en la gente. El mío era un caso peculiar; tenía la necesidad moral de seguir al equipo que representaba a mi tierra, de seguir al equipo que algún día se encargaría de pasear el nombre de “mi islita” por todo el continente, (si eres seguidor/a del Tete, seguro que acabas de recordar a Rommel Fernández). Estábamos bien representados con el Tres de Mayo de balonmano, con el Náutico y el Canarias de baloncesto, en Jockey con el Tenerife La Salle… pero faltaba el fútbol.


En el coche, camino hacia el estadio,  Montse y Eduardo sufrieron el asedio de mil preguntas. Me preocupaba hasta el precio de la entrada y aunque estaba seguro que mi hermana y mi cuñado tendrían dinero suficiente, me inquietaba saber que en el bolsillo del pantalón sólo llevaba dos monedas de cinco duros. Trataban de tranquilizarme  diciendo que los niños no pagaban; más tarde, un ticket color sepia con una leyenda bien grande que decía “cien pesetas” se encargó de dejarlos en evidencia. Tras hacer cola, nos adentramos en el estadio por la puerta de la grada de Herradura, (conservada en la actualidad), corrimos bajo el armazón de hierro y tablas que conformaban el tendido  en busca del vomitorio que nos haría llegar al que era lugar de costumbre de mis acompañantes. Era un estadio vetusto, sin embargo  me impresionó. Han pasado décadas desde entonces, pero no olvido el agradable olor a hierba que transportaba el aire. Nunca había visto un campo de césped y hasta ese día, nunca había visto tanta gente junta. Aquel mediodía de un domingo de mil novecientos setenta y ocho, empatamos a cero  con el Mirandés. Aprendí, gracias a mi cuñado, que hay un lugar en España que se llama Miranda de Ebro y también aprendí que no está bien  insultar a nadie y mucho menos siendo un niño; no está bien insultar a nadie aunque el receptor de los agravios vista de negro y sea el encargado tomar decisiones en contra de tu equipo. Me quedó bien claro             -Aunque mil personas se metan con ese “cabr…” tu calladito eh…- Me decía mi hermana Montse visiblemente enfadada por la actuación arbitral.


   Fueron muchas y bonitas sensaciones, un cúmulo de grandes emociones, hasta el punto que al llegar a casa y aprovechando que todos veían la tele, todavía tuve tiempo para un nuevo aprendizaje. Bajé al sótano y con el “chingo” que sale al presionar una botella de alcohol de noventa y seis grados, escribí en el suelo las iniciales de mis equipos favoritos: CDT y RM. Dejé el envase en el suelo y para que no se secara la escritura, cogí rápidamente un mechero para hacer que aquella “obra de arte” brillase cual letrero de neón en Las Vegas. Apagué la luz y les prendí fuego. Fue todo muy bonito, el efecto deseado lucía con esplendor; todo muy bonito hasta que estalló el botellín de alcohol y ardieron todas las cortinas próximas al imprudente montaje pirotécnico. Mi pierna izquierda quedó envuelta en fuego y aunque logré sofocarla rápidamente metiéndome en una pila de lavar ropa llena de agua, sufrí una gran quemadura  sobre el tobillo. La cicatriz, una marca de unos ocho centímetros, treinta años más tarde todavía es visible. Por tanto, en cuestiones de marketing, ni Florentino Pérez ni el mismísimo Santiago Bernabéu fueron los precursores. La “marca” Real Madrid se creó  en el año setenta y ocho, el mismo día que su autor aprendió que quien juega con fuego, termina quemado. Sirva como moraleja para los dirigentes deportivos.

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